Sólo con su providencial asistencia se puede cuadrar en catorce días una gira por cuatro países, en la que todo ha fluido como la seda y he tenido la oportunidad de reencontrarme con viejos amigos y hacer y forjar amistades y complicidades nuevas. En Argentina y Chile ya había estado varias veces, de Colombia había pisado Medellín y Cartagena, pero no Bogotá, y a Ecuador nunca había tenido la oportunidad de ir para difundir mi trabajo.
En Buenos Aires, la primera etapa, aterricé en medio de un invierno extrañamente suave, para el que la ropa de abrigo que llevaba se reveló innecesaria. Aunque la estancia fue breve, hubo tiempo para retomar conversaciones como las que desde hace años sostengo con Carlos Daniel Aletto, Jorge Fernández Díaz y María Helena Ripetta.
Hubo tiempo para conocer, además, a comunicadores tan torrenciales como Héctor Jacinto Gómez, que me entrevistó para su divertido espacio El Quijote no se mancha. También para visitar una vez más la librería El Ateneo, donde fue imposible no comprar algo, aunque sólo viajaba con equipaje de mano y me había prometido a mí mismo resistir como fuera la tentación.
La presentación pública del libro me permitió conocer la estupenda librería Libros del Pasaje, en el barrio de Palermo, donde me reencontré con queridos lectores porteños y compartí una conversación sustanciosa con la escritora y periodista Fabiana Scherer, mientras afuera diluviaba.
En el vuelo de Buenos Aires a Santiago de Chile, junto a la experiencia siempre apabullante de cruzar los Andes, me administré un buen pedazo de Once segundos, la última novela de Carlos Aletto, de la que habrá que dar cuenta más pormenorizada en otra ocasión. Baste apuntar aquí que es la primera vez que una narración que tiene el fútbol como eje del relato logra conmoverme.
En Chile fueron varios los reencuentros. Con la gente del equipo de Planeta Chile, con la del Centro Cultural de España en Santiago y con la de la Universidad Diego Portales. Tres entidades que en su día colaboraron para hacer posible el festival de novela policial Santiago Negro, del que fui comisario junto al autor chileno Santiago Díaz Eterovic. Me alegró saber, dicho sea de paso, que el Centro Cultural de España va a continuar manteniendo la iniciativa, con carácter bienal.
Allí, en el propio centro, fue la presentación pública de Púa, a cargo del periodista y escritor chileno Francisco Ortega, con quien compartí impresiones acerca de las guerras sucias y sus impulsores y de quien me traje para España la novela gráfica Los fantasmas de Pinochet, que ya ha cosechado reconocimiento internacional y que en otoño se podrá encontrar en librerías españolas.
En la Universidad Diego Portales se me concedió el honor de intervenir en su cátedra Roberto Bolaño, a través de una conversación con la decana de la facultad de Comunicación y Letras, Marcela Aguilar. Me impresionó con su ágil manejo de una parte ingente de mi bibliografía, que quizá a estas alturas ya sea algo más copiosa de lo aconsejable.
De Santiago, donde el invierno sí hacía honor a su nombre, volé, siguiendo la línea andina, hasta Bogotá, donde hubo que hacerse a la altitud (en torno a 2.600 metros) y a un clima extraño, bipolar dicen ellos: en el mismo día puede uno encontrarse lluvia, sol, calor y fresco, lo que permite ver por la calle a gente que va en manga corta junto a transeúntes enfundados en sus anoraks.
Aproveché para conocer el centro histórico, a lo largo de la Séptima —o el Septimazo—, que depara al visitante una experiencia memorable, con los restos de la ciudad colonial, la catedral, el complejo del Senado y el palacio presidencial y el museo del Oro, donde cabe admirar la delicadeza, la imaginación y el talento natural para el diseño de los orfebres prehispánicos.
La presentación del libro, en la librería Lerner, me dio la oportunidad de conocer al novelista colombiano Felipe Agudelo Tenorio, de quien también se viene conmigo para España su novela Murallas infinitas, que proyecta una negra y sugerente mirada sobre la inabarcable ciudad de Bogotá. Como los periodistas que me entrevistaron a lo largo de dos intensas jornadas, fue en su lectura y su comentario de Púa a la vez generoso, profundo y sutil.
No puedo resistirme a anotarlo, y el comentario vale para las entrevistas que tuve en Colombia, pero también para las que me hicieron en Argentina y Chile y las que vinieron luego en Ecuador:: el nivel de los periodistas culturales latinoamericanos es muy alto, y a veces tiene uno la sensación de que van más que los de este lado del charco al meollo literario de lo que uno escribe y le dan menos peso a aspectos accesorios, anecdóticos o extraliterarios del libro en cuestión. Quizá sea, en definitiva, que la distancia permite afrontar con menos apriorismos la lectura de una novela.
De Bogotá volé a Quito, la última estación del periplo y un par de cientos de metros más elevada. Me impresionaron los volcanes que la vigilan —y en cierto modo la amenazan—: desde el más próximo, el Pichincha, hasta el relativamente lejano y nevado Cotopaxi. Aunque mi primera visita, por sugerencia de mis acompañantes, fue ese curioso lugar que los ecuatorianos llaman La Mitad del Mundo, al norte de la capital, por el que pasa la línea del ecuador y donde han levantado un curioso monumento para hacerlo constar. Sacarse una foto con un pie a cada lado de la raya que parte el planeta en dos, dibujada en amarillo sobre el suelo, es ritual casi obligado.
En Quito conté, además del apoyo de la representante de Planeta, con los auspicios de la Librería Española, la cadena librera más importante del país, y socios inmejorables para difundir entre los lectores ecuatorianos el trabajo de un escritor. En su sede central de Quito mantuvimos un intenso encuentro con libreros y comunicadores, con el acompañamiento de Rubén Darío Buitrón, reputado periodista y escritor ecuatoriano y un lector y conversador excepcional. Por allí se dejó caer también el comunicador y narrador Esteban Michelena, que me dejó un ejemplar de su oscura novela El pasado no perdona. Una historia feroz y contundente sobre la infiltración del narcotráfico en la provincia de Esmeraldas, en la frontera con Colombia, de donde procede el autor.
En la presentación pública, en la Librería Española del centro comercial Iñaquito, en el barrio del mismo nombre, tuve la oportunidad de departir con otro gran periodista ecuatoriano, Fernando Larenas, que se reveló además como un lector más que concienzudo. Además de Púa, que era en principio el libro que daba pie a esta gira, se había leído Castellano y El mal de Corcira, sobre los que hizo enjundiosas observaciones. No dejé de reparar en cómo le impresionaba la historia del terrorismo de ETA que asoma a las páginas de la segunda de esas dos novelas, asunto que la ficción española ha explorado insuficientemente y que habría que indagar más a fondo.
El último día en Quito lo dediqué a otro recorrido difícil de borrar de la memoria, por el casco viejo de la ciudad. Se conservan no pocos de los edificios que allí dejaron los españoles que cruzaron el océano en busca de una vida mejor y acabaron recalando por aquellas tierras. Desde la catedral a las iglesias de los jesuitas o los franciscanos, ambas imponentes. Y mientras paseábamos por la calle de las Siete Cruces, que las une, era imposible no admirar la transparencia del aire y la luz deslumbrante que impera en esas calles al filo de los 3.000 metros, golpeadas por un sol vertical. Las fotografías que acompañan estas líneas apenas le hacen justicia a su esplendor.
Un almuerzo en el antiguo palacio arzobispal, ahora propiedad del ayuntamiento y lleno de restaurantes, selló la amistad forjada en dos días intensos con mis cómplices ecuatorianos. En pocos lugares del mundo me he encontrado gentes tan cálidas, amables y desprendidas.
Resumiendo, creo que no he perdido estas dos semanas. Antes al contrario, me han reforzado en la fe en que los libros son un poderoso instrumento para el encuentro entre las personas.
También en la convicción de que somos afortunados los que nos entendemos en esta lengua que hace quinientos años llevaron a América unos conquistadores —por codicia o por fe o por lo que fuera—, y que hoy sostienen allí los descendientes de los indígenas que se encontraron, los suyos propios y los de todos los buscavidas que a lo largo de los siglos siguieron su estela.
No quiero cerrar estas notas sin reiterar mi gratitud a todos los profesionales de Planeta y Destino, Planeta Argentina, Planeta Chile, Planeta Colombia, representación de Planeta en Ecuador y Librería Española que han preparado y apoyado la gira. No quiero que se me olvide ningún nombre, así que prefiero daros un abrazo conjunto a todos, a los que pude conocer y a los que estuvisteis en la trastienda. Es un lujo, de veras, ir por el mundo de vuestra mano.
__________________________
*Tomado de su blog Los trabajos y los días