Conciliaciones sin fronteras (a un mes de la muerte de Eliécer)
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Olvido. Por Rubén Darío Buitrón
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- Crónica
Leer esta entrevista es asistir a un colegio en un día ordinario, a una clase cualquiera de una hora de literatura. La entrevista es una invitación a leer y releer Polvo y ceniza, y la obra completa de Eliécer Cárdenas Espinosa.
Por María José Larrea Dávila*
En las planificaciones anuales de mis clases de Literatura del año lectivo 2012-2013 estuvo contemplada la obra de Eliécer Cárdenas Espinosa. Quería ilusionarles a mis cursos con la lectura de su obra y para motivarlos les ofrecí invitarle al escritor, para cuando termináramos Polvo y ceniza. Solía elegir una hora a la semana de la clase para leer en colectivo. Los estudiantes leían en sus casas los capítulos designados y en la hora semanal, en el aula, conversábamos de las impresiones, opiniones, reflexiones del libro, y continuábamos leyendo.
Invitar al escritor era la manera de motivar al segundo y tercero de bachillerato, como traté de hacerlo con otros cursos de primaria y secundaria en los colegios en los que trabajé; como lo hago con Antonia, mi última hija, cuando asistimos a los lanzamientos de los libros y siempre, que no nos impide una pandemia, al Maratón del cuento; como cuando leo en voz alta cualquier reportaje sobre artistas; como cuando recibo a los escritores en mi casa; como cuando leo, interpreto y escribo sobre sus obras.
Invitar a un escritor es generar una relación de tú a tú: no existe el escritor sin el lector. Es dejar de ser un emisor con verticalidad y un receptor sin opinión. Es ponerse al mismo nivel y provocar una comunicación equitativa y horizontal para hablar de un libro como se habla de la vida. Es ser recíprocos sin jerarquías para abordar los mensajes de la obra desde todas las aristas, las que nos muestra y las que no, las que se ven en las frases, en los párrafos, en los paratextos; las que se descubren en las entrelíneas de los espacios vacíos. Siempre me inundan los nervios al iniciar una y otra vez este compromiso un poco loco que me lo he tomado a pecho; y ese día me sentí así, pero conforme pasaban los minutos, las preguntas y las respuestas, el tiempo desapareció, así como también los nervios. De ese día quedó una sensación plena de sencillez y esta entrevista.
Se iba acercando el final del libro y tenía que cumplir con mi palabra. Caminé hacia la Biblioteca Municipal “Daniel Córdova Toral”, con mi hija María Gabriela, mi compañera de turno ─recordando al filósofo Savater en Ética para Amador, me pregunto si he utilizado a mis hijas como bastón para lograr mis propósitos, aunque prefiero pensar que lo hice para que aprendieran de una forma distinta y comprometida con la cultura─. Eliécer era su director. Pregunté por él. No tuve que sacar una cita con antelación. Me dirigí a su oficina y me recibió con amabilidad, con una aparente timidez y una seria atención. Me presenté con mi nombre y con mi oficio de ese momento. Le conté que estábamos por terminar Polvo y ceniza, y que nos encantaría tenerlo en el colegio para conversar. Sin más ni más, me dijo: «¡Encantado!» Casi me caigo de la silla, no esperaba que fuera tan fácil; tiendo a mirar a los escritores en un horizonte lejano e inalcanzable. Fijamos la fecha y quedamos en que alguien pasaría por él, ya que la zona rural donde se ubica el colegio, está a una distancia considerada del centro de la ciudad.
Al día siguiente les conté a los estudiantes y se sorprendieron. Terminamos tanto la novela como el cuento con emoción y con ganas de ir por más.
Era 5 de junio de 2013. No lo olvido, porque no era casualidad que fuera un aniversario más de la Revolución liberal. En una parte de la entrevista Eliécer menciona que esta revolución instauró el laicismo, permitió que los escritores de la década del 30 pudieran producir su literatura sin impedimento, sin influencia alguna de la Iglesia. Con eso quiero decir que los actos del pasado que recordamos como fechas memorables, aunque la mayoría de veces pasan desapercibidas, repercuten en el devenir de los pueblos y las sociedades; no nos damos cuenta de que ciertos hechos históricos, si no son todos, con las luchas de otros seres humanos han hecho mejor nuestro presente.
Era una mañana radiante en Nulti, una parroquia rural del cantón Cuenca que se abre al cielo abierto desde su altitud. Imagino que estaba así, después de una helada y por tanto hacía frío, pero el cielo estaba azul y brillante. Las sillas blancas de Pycca colocadas para el octavo de básica que en ese momento aprendían “La entrevista”, para el segundo y tercero de bachillerato que leían un cuento y la novela de Eliécer Cárdenas, respectivamente. Aproximadamente, entre sesenta a setenta estudiantes, mujeres y hombres.
El conversatorio fue en el auditorio. No recuerdo si lo llamábamos así al lugar donde nos convocaban a profesores, estudiantes, padres de familia cuando nos daban indicaciones generales, talleres y celebraciones, cuando se leía La Biblia y se oraba. Un canchón construido con paredes de cortezas externas de troncos de árboles sobre un piso de adoquines y techo de zinc, sencillo y silencioso cuando hacía sol, e intensamente bullicioso cuando llovía. En el fondo había una tarima de madera en la que coloqué dos sillas, una mesa, el micrófono, dos botellas de agua, dos vasos y chocolates de República del Cacao empacados como regalo en papel cometa de colores, y amarrados con una soguilla finita terminados en un lazo.
Una de las autoridades del colegio recogió a Eliécer Cárdenas Espinosa en la calle Benigno Malo donde funciona la biblioteca municipal. Cuando llegó, yo lo esperaba antes de las 8:00 en el estacionamiento del colegio para recibirlo. Saludamos, le encantó la vista de Nulti y conversamos de ella mientras nos dirigimos al auditorio entre corredores, aulas, graderíos y jardines. Al ingresar nos esperaba el público. Se pusieron de pie y nos colocamos hacia el lado derecho de la tarima, con la mesa ligeramente en diagonal de manera que todos nos pudiéramos ver.
M.J.L.: Buenos días a todos los presentes. Quiero dar la bienvenida al escritor Eliécer Cárdenas Espinosa de quien hemos leído, tanto en segundo como en tercero de bachillerato este último tiempo. Es un honor para la Unidad Educativa Cristiana “Verbo”, tenerle aquí. ¡Muchas gracias! Yo he preparado este coloquio, como diría Iván Carvajal ─en una entrevista que leímos con el octavo─, una palabra en desuso, siempre utilizamos, más bien, diálogo, entrevista, pero el coloquio, una palabra entrañable y amistosa se está perdiendo; así que, vale la pena poner sobre la mesa esta palabrita para que la recordemos más a menudo. Voy a dar algunos datos biográficos de Eliécer, he preparado preguntas para romper el hielo, pero después quisiera que todos los que han leído participen.
Eliécer Cárdenas nace en Cañar en 1950. A los cinco años se traslada a vivir en Cuenca. Estudió en algunos colegios. Posteriormente estudió Jurisprudencia en Quito, donde conoció a Raúl Pérez Torres, Ulises Estrella, Iván Égüez; todos escritores. Entre sus obras están: Polvo y ceniza, Que te perdone el viento, Siempre se mira al cielo, Del silencio profundo, Las humanas certezas, Los diamantes y los hombres de provecho, Diario de un idólatra, entre algunas de ellas. Ha desempeñado cargos como presidente de La Casa de la Cultura Núcleo del Azuay, editorialista del diario El Tiempo, y actualmente, es director de la Biblioteca Municipal “Daniel Córdova Toral”.
Las obras que abordaremos serán Polvo y ceniza y Las lagunas son los ojos de la tierra. Escogí esta novela porque Polvo y ceniza está contemplada como una de las obras claves dentro de la Literatura ecuatoriana. Son catorce las obras claves para leer, según Antonio Sacoto, quien es amigo de Eliécer. Es una obra que vale la pena leerla. Cuando a ustedes les pregunten, tienen dentro de su bagaje una obra clave del Ecuador.
Respecto a Polvo y ceniza, sé que, dentro de su familia, la leyenda, los cuentos, los mitos siempre estuvieron presentes a manera de diversión familiar, pero quisiéramos que usted nos lo cuente: ¿qué le motivó a escribir Polvo y ceniza?
E.C.E.: ¡Bien! En primer lugar, muchas gracias por la invitación, aquí, en la Unidad Educativa Cristiana “Verbo”, y felicitarles por la hermosa vista que tienen del valle del río Cuenca; realmente, estudiar en esta Unidad, por su personal, por sus directivos y también por su entorno, es algo privilegiado. No en el sentido privilegiado que acostumbramos a decir: privilegiado en dinero, ¡no! Privilegiado en dones que nos ofrece Dios y nos ofrece el planeta, ¿no? Quiero felicitarles en ese sentido.
Por otra parte. Sí, mi trayectoria de escritor nació de una familia que, por un lado, era lectora. Mi mamá era profesora, era maestra como usted, y ella tenía revistas, libros, y desde pequeño yo ─mis hermanos y yo, perdón por el yo primero─, mis hermanos y yo nos acostumbramos a ojear y a leer, teníamos ya una frecuentación de la lectura. Además, crecí en una familia también que era muy dada ─en esa época no había televisión, la radio estaba muy incipiente todavía─ y se conversaba más. Lamentablemente ahora en nuestras casas conversamos menos, no por culpa de nadie, sino por culpa de nuestra época. Cada cual tiene su ocupación, el niño, el joven, salen a la escuela, regresan por la tarde; el papá, la mamá, están trabajando, regresan en la noche, no se puede conversar mucho, no se puede socializar como se dice ahora. En cambio, antes, sí. Nos reuníamos al medio día todos en la mesa: desde los abuelitos, los tíos, los hermanos, y escuchábamos historias. Nos contaban cuentos de aparecidos, nos contaban cuentos de cualquier cosa, de situaciones que habían pasado, etc., etc. Y desde chico yo escuchaba historias como la de Naún Briones. Nos contaban historias de un bandido; digamos, un bandolero lojano que era como Robin Hood. Ustedes conocen la historia de Robin Hood, el famoso personaje inglés de la Edad Media que, decían, que robaba a los ricos para entregarles a los pobres, o sea, como una especie de una justicia social, pero mediante el delito. Naún Briones era un personaje del pueblo. La gente de su época lo catalogaba como una especie de Robin Hood, alguien que robaba a los ricos para dar a los pobres. Eso leyenda, ¿no? Aunque Naún Briones sí existió. Existió en Loja hace más o menos cerca de un siglo. Esta historia fue pasando de una generación a otra hasta llegar a mí. Yo, cuando ya fui mayor y me interesé por escribir; una de mis primeras obras fue justamente Polvo y ceniza. Polvo y ceniza es una novela que la tomé inspirándome en las historias populares, en las historias familiares y fui construyéndola también con fantasía. Porque para escribir se necesita también fantasía. Quien no tiene fantasía, difícilmente puede escribir ficción. Así nació Polvo y ceniza, una obra que yo la quiero mucho, porque ha gustado, sobre todo, ha gustado en el país, ha gustado a todo tipo de público y tiene ya varias ediciones, inclusive internacionales.
M.J.L.: A lo largo de la novela se evidencia un sinfín de reflexiones, entre algunas de ellas, de manera implícita, una delimitación del territorio ecuatoriano sin límites que, de manera sutil nos muestra que las fronteras tienen una vida propia bastante libre al margen de las leyes o, por lo menos, donde estas no alcanzan. Por mi parte, es un tema que todavía no he encontrado en otros libros. ¿Hubo una intención específica el utilizar en algunos momentos de la obra este escenario ─vale la oportunidad, el pastor Paúl Hermoza, aquí presente, es peruano y tenemos estudiantes peruanos─, una manera de identificarnos como latinoamericanos?
E.C.E.: ¡Sí! En efecto, al ser Naún Briones un personaje de la frontera con el Perú, en esa zona tradicionalmente ha habido familias al uno y otro lado de la frontera, familias que son las mismas.
¿Qué es la frontera? La frontera es un hito artificial. Como si dijéramos: al otro lado del río es otro país y de este lado del río es nuestro país; es decir, es algo totalmente artificial. Los países han ido surgiendo por diversas circunstancias históricas, económicas, sociales, etc., pero en el fondo los seres humanos somos los mismos. Y mucho más en el caso de Ecuador y Perú, que son pueblos hermanos: hablamos un mismo idioma, tenemos las mismas tradiciones, tenemos un pasado común con los pueblos preincas, los pueblos incas. Los incas, pueblos andinos que tenían ya desde hace miles de años una comunicación importantísima. La arqueología ha descubierto, por ejemplo, que desde Cañar se comercializaba con el norte del Perú hasta Lambayeque; e igual, las balsas de Manta iban llevando la famosa concha spondylus que en la época precolombina era muy importante ─o sea, esa concha grande, el mullu, que se llama─, era un objeto ceremonial que se usaba mucho en los pueblos andinos. Intercambiaban la concha, intercambiaban con el cobre, por ejemplo, que aquí era escaso pero que, en el Perú, en Bolivia ─en todo lo que es actualmente Perú y Bolivia─, era muy, muy común. Y, por lo tanto, eran pueblos muy, muy hermanados. Luego, lamentablemente por situaciones históricas, políticas, más que nada, ha habido enfrentamientos a lo largo de un siglo prácticamente entre los estados ecuatoriano y peruano, pero eso no ha sido un obstáculo para que nuestros pueblos sigan comunicándose. Y, ahora mismo, ustedes ven, ¡qué hermoso que estén muchachos y muchachas de la hermana República del Perú estudiando aquí!, y que usted (dirigiéndose al Pastor), que es un ciudadano de la hermana República del Perú esté aquí dirigiendo al plantel. Eso demuestra nuestros lazos, y creo yo, que en Polvo y ceniza se detecta mucho, porque también, les cuento que para lo bueno y lo malo ha habido unión; o sea, las fronteras han sido porosas.
En el norte del Perú ha habido mucho bandolerismo, tradicionalmente igual en el sur del Ecuador, era un bandolerismo internacional. Un asaltante de caminos, digamos, de hace cien años, ya asaltaba en el norte del Perú, en Sullana, Piura, y se venía hacia Loja a refugiarse acá. O algún bandolero lojano asaltaba en Catacocha, en Cariamanga, y corría al norte del Perú para refugiarse. Era una zona en donde hacer bandolerismo era común. Partiendo de esa historia, yo, dentro de la novela hago alguna reflexión.
Pero claro, las fronteras son artificiales, las fronteras no son naturales, las fronteras son construcciones de las sociedades. Lo natural son los ríos, las montañas, el paisaje, la ecología; eso es lo natural. Lo que hemos ido construyendo luego, es artificial. Obviamente cada cual se siente orgulloso de haber nacido en un país, pero por haber nacido en un país no es lícito menospreciar a otro país, sea por color, por cualquier situación; es decir, todos los seres humanos somos hermanos, somos iguales ante Dios y ante las leyes; entonces todos estamos llamados a ese mensaje de hermandad y fraternidad. Polvo y ceniza también, de alguna manera, tiende a dar ese mensaje, a relativizar la frontera; no a negar. Evidentemente hay pueblos, hay países, no se puede negar las realidades, pero al decir que son situaciones relativas; no nos deben ser negativas ni darnos muros, ni ser muros impenetrables en donde “de aquí no pasas; de aquí no puedes salir”. De esa manera, creo yo que, también se puede trabajar por la integración ecuatoriana-peruana o peruana-ecuatoriana a través de obras literarias, obras como Polvo y ceniza u obras, incluso de autores peruanos, que tocan temas fronterizos con el Ecuador.
M.J.L.: Uno de los elementos que nos llamó la atención a las personas que estábamos concentradísimas en la lectura del capítulo “Quebrantos y mortandades” ─nos reímos con gusto contagioso─ cuando Naún, después de escaparse del panóptico, recorre las calles de Quito y observa todo cuanto ve, pone atención al comentario de la gente y, entre algunos de ellos, están los de los niños que hacen corros burlándose de Velasco Ibarra y de Neftalí Bonifaz. Cito: “Bonifaz, no vas más, ni del perro mamarás” (ja, ja, ja, risas del público), “ay mama Inés, ay mama Inés, a Velasco Ibarra le hieden los pies” (ja, ja, ja, risas del público). Es un capítulo bastante serio incluso con el humor. ¿Fue parte de su ingenio o lo tomó de algún registro histórico; por qué recurrió a esto?
E.C.E.: En una novela, en cualquier obra, por más seria que sea, siempre tiene que apelar al humor, porque la vida es así. No podemos vivir serios con las caras fúnebres, bien serias sino, también la vida está hecha de alegrías y penas. En un mismo día reímos o estamos tristes o ha sucedido algo; el humor es algo que nos mantiene. El humor es uno de los recursos humanos, incluso, que nos sirve, que nos ha servido a la humanidad para salir de las peores tragedias. Si no hubiera humor todos nos sumergiríamos en la depresión, pasaríamos en un estado que no olvidaríamos nunca lo malo que nos ha sucedido. El humor es muy necesario. Es como ahora, inclusive en la narrativa, en la novela es un factor muy importante, porque le da, como que es un remanso; a veces, ¡hay tantas situaciones!
Por ejemplo, en ese capítulo, duro, un capítulo donde me acuerdo. En el penal hay una guerra civil, hay una guerra civil de cuatro días y los niños son los que salen con su inocencia, con su humor van repitiendo historias. Estas situaciones yo las escuché de un tío mío, de un tío que había vivido La Guerra de los Cuatro Días.
La Guerra de los Cuatro Días fue una situación muy grave que pasó en los años treinta en Ecuador. Hubo ─y justamente vamos a referirnos nuevamente a la cuestión ecuatoriano-peruana─. Resulta que en el año ─no recuerdo, en el 32 o 33─ triunfa un candidato del partido conservador ecuatoriano que se llamaba Neftalí Bonifaz. Bonifaz era un hombre muy rico, dueño de haciendas en Cayambe en la zona de Quito, etc., pero sus enemigos políticos sacan a relucir que él es peruano y, que, por ser peruano, no podía ser presidente del Ecuador. Daba la circunstancia de que el papá de Bonifaz había sido un diplomático peruano, en efecto, pero él había nacido en el Ecuador y su mamá era ecuatoriana; o sea, no había ningún problema. Pero, fíjense ustedes, esta situación de rivalidad histórica por fronteras, por problemas limítrofes entre Ecuador y Perú impidió que este señor fuera presidente de la República. El Congreso descalifica a Bonifaz, al candidato electo bajo la situación de que no es ecuatoriano. Falsa, porque sí era ecuatoriano, aunque su padre fuera peruano, y eso no era ningún problema. El ejército se divide: una parte del ejército apoya a Neftalí Bonifaz y otra parte del ejército apoya al Congreso. Las tropas ─y lo peor de todo es que hay tanta irresponsabilidad en los oficiales─, digamos que la batalla se da en plena ciudad de Quito, como si dijéramos aquí que: en el centro de Cuenca, en la parte del parque Calderón hacia atrás, está un ejército; y, en la parte del parque Calderón hacia el otro extremo, fuera otro ejército; y se dan bala. Y quienes más mueren son los civiles. Mueren niños, mueren mujeres. Se destruyen. Se cañonean de loma a loma, desde el Itchimbía hasta el Panecillo, se cañonean y las balas de los cañones caen lógicamente en la ciudad. O sea, hay una mortandad espantosa. Se habla de tres, cinco mil muertos en cuatro días de esa batalla insensata. Una batalla que, si toda guerra no tiene sentido, me parece a mí, peor una guerra entre hermanos, una guerra entre el mismo país. Esta situación también se da en la novela, porque Naún Briones y un grupo de presos, presos en el Penal García Moreno, aprovechan la confusión de la Guerra de los Cuatro Días para fugar. Eso sí había sucedido en la realidad.
Entonces hay que darle a esta situación la realidad de esos cantos que son reales. Porque siempre había este tipo de parodias, digamos, cosas jocosas en el humor político quiteño. Sobre todo, en Quito ha habido mucho el humor este del “Chulla quiteño” en lo político. ¡Claro!, la sal quiteña con Evaristo y todo eso, son muestras de la sal quiteña.
Velasco Ibarra era el político que en el Congreso Nacional propició la descalificación de Bonifaz; y Bonifaz, por supuesto, era el candidato del partido conservador. Eran los dos protagonistas de esta triste historia. Pero los niños recogen esta picardía y cantan esta historia luego de los estragos de esta batalla.
M.J.L.: Yo les contaba a los chicos que cuando alguna vez con mis papás nos fuimos de viaje a Costa Rica y estuvimos ocho días. Los niños cantaban una canción contra Somoza: “Eran las cinco de la mañana / cuando Somoza salió en pijama / con los clarines y los tambores / se le cayeron los pantalones” (risas del público). Yo era chica, tenía más o menos diez, once años, y me quedó grabado, porque era un juego de los niños. Cuando Naún Briones pasa por Cuenca antes de llegar a Quito, hay una fiesta en la plaza, le están laureando a un poeta. Al regresar de Quito, el poeta ha muerto. ¿A qué poeta hace referencia?, ¿o es una referencia de la costumbre de los cuencanos o de la fiesta de La Lira?
E.C.R.: ¡Sí! Evidentemente es la fiesta de La Lira y el poeta coronado es Remigio Crespo Toral, que era un poeta de la época. Acostumbraban los caballeros de esa época, gente pudiente, aristocrática de la ciudad a hacer versos y a ese tipo de fiestas. La fiesta de La Lira era una fiesta donde únicamente la gente de prestancia social, digamos, de alcurnia social, y el poeta Remigio Crespo Toral era un poeta de la aristocracia cuencana, y Naún Briones ─como una de las características que le puse dentro de la Cuenca de entonces, era esto, ¿no?─, llega él, de un medio rural, de un medio ajeno a ese tipo de celebraciones literarias y sociales; un poco para contrastar entre esa cultura, digamos, de las élites cuencanas y ecuatorianas en general, y el pueblo. Es decir, había un divorcio total entre el pueblo, entre el pueblo, sobre todo el campesinado y la gente pudiente de las ciudades.
Parecía que se vivía en dos países diferentes. Yo, inclusive de niño ─ya tengo mi edad─, recuerdo que del campo a la ciudad había una diferencia abismal. La ciudad, obviamente, no tenía las comodidades que tiene ahora, pero había lugares ya donde las calles eran adoquinadas, donde había luz eléctrica, agua potable, pero se pasaba, digamos, esa vía, digamos, hacia Baños ─ustedes conocen el lugar─, ya no había luz en Baños, ya no había servicio de alcantarillado, ya no había prácticamente recolección de basura, no había nada. Es decir, la gente vivía en las peores condiciones pese a que estamos a cinco kilómetros del centro de la ciudad. Imaginémonos cómo era a unos diez kilómetros, veinte kilómetros, treinta kilómetros, era realmente bárbaro. Por eso el escritor cubano Alejo Carpentier tiene una novela muy linda ─que les recomiendo─ que se llama Los pasos perdidos, en donde el protagonista llega a un país ─que parece que es Venezuela─, llega a una ciudad ─que parece que es Caracas, en el siglo XX es la novela, es decir, del siglo pasado─, pero conforme se va adentrando, dice él: “Voy retrocediendo al siglo XIX, al siglo XVIII, a la Edad Media y luego, en plena selva, me encontré con el principio del mundo”. nuestros países son así.
La civilización ─lo que llamamos civilización─, la civilización occidental se concentró en las ciudades y de las ciudades fue irradiando hacia el resto. Recordemos que nuestros pueblos son multiculturales, multiétnicos, en donde inclusive el lenguaje… Se salía de la ciudad ─en la sierra, sobre todo, más que nada en el centro norte del país─, a unos pocos kilómetros, ya no se hablaba el español, se hablaba el kichwa, la gente, los campesinos indígenas, sobre todo, que saben kichwa; inclusive el lenguaje era diferente. Ahora, obviamente, ya existe una integración, ya la sociedad se ha organizado, pero en esa época no, en esa época estas diferencias campo/ciudad eran mucho más perceptibles, sobre todo en la cultura. Mientras los poetas imitaban a los poetas franceses, a la cultura francesa; en el Ecuador, el analfabetismo en el campo. La mayoría de los campesinos eran analfabetos, ¿por qué?, casi no había escuelas. Pensemos que hace cien años, 1913, una escuela en el campo era… ¡pero habría en el Azuay unas…! No pasaban de los dedos de la mano escuelitas en las zonas rurales. ¿Cómo se educaban?, ¿cómo estudiaban los niños? Realmente muchos quedaban en el analfabetismo.
M.J.L.: Puedo pensar que ese analfabetismo, visto tal vez desde nuestra cultura occidental, porque también desde esa visión se perdió la presencia de ellos, de los campesinos, que ahora se está rescatando; y qué pena, lo que hace poco, el kichwa estaba cerca, a unos kilómetros, ahora se ha ido perdiendo y hay un ansia loca de recuperarlo.
E.C.E.: ¡Sí! Es relativo. Es decir, al hablar de la educación, es hablar de los parámetros de los patrones de la cultura occidental; la cultura de la educación “formal”. En cambio, lo que es cultura, pues: todo pueblo es dueño de un gran patrimonio cultural. Los pueblos analfabetos no son ignorantes, no son incultos como se nos ha acostumbrado a decirnos: “¡Ah, este es un ignorante! ¡Es un inculto, porque no sabe leer y escribir, o, porque no terminó la escuela!” Es falso, ¿no?, porque los campesinos, la gente que no sabía leer ni escribir, los pueblos, incluso los pueblos amazónicos, etc., son dueños de culturas milenarias, culturas que tienen una sabiduría, una serie de saberes que este rato, como usted dice, estamos tratando de recuperar, estamos revalorizando, lo que durante muchos años… Inclusive, los niños de los pueblos indígenas tenían vergüenza de hablar kichwa. Y en las escuelas, lamentablemente, por un error gravísimo, hace unas décadas les prohibían hablar en kichwa, y decían: “¡No! Ese idioma no lo usen; sino, utilicen el castellano”. Y les enseñaban a leer y escribir en español cuando su idioma era el kichwa, o era el shuar, etc., etc. Ahora se trata de reparar ese error, pero lamentablemente hay cosas que el desarrollo de la sociedad, a veces, un desarrollo mal equilibrado o sin ser adecuado, han determinado que, por ejemplo, el kichwa, que se hablaba en la sierra, sobre todo, conocían muchos campesinos, este rato ya casi no se hable y se vaya reduciendo cada vez más el número de las personas que hablen kichwa. Ustedes, por ejemplo, si son un poquito curiosos y van a la Plaza de San Francisco donde hay comerciantes otavaleños, ven que los papás hablan en kichwa entre ellos, pero los hijos que han nacido en la ciudad ya no saben el kichwa, están hablando ellos en español o una mezcla de español y kichwa, y que es lamentable, porque se van perdiendo saberes, se van perdiendo lenguajes y todo.
Algún escritor decía que, con la muerte de un anciano en una sociedad tradicional es como la desaparición de diez o veinte bibliotecas. En una sociedad, digamos, en la cultura occidental; es decir, cada anciano tiene una sabiduría, tiene un repertorio de conocimientos que lamentablemente no se va a recuperar y, con eso, se ha perdido miles y miles de historias, de saberes, de conocimientos; desde cómo preparar, por ejemplo, una hierba medicinal hasta un alimento, hasta qué propiedad tiene un árbol, una planta, cosas que nosotros no sabemos. Ignoramos lo que ellos conocían muy bien. Ellos conocían, inclusive, podían de alguna manera conocer el clima, sabían cuándo iba a llover con solo mirar el cielo, sabían muchas cosas. Por ejemplo, había unas historias de que no se puede cortar un árbol cuando es Luna tierna, o sea, cuando no hay Luna, no hay que cortar un árbol, porque el árbol se daña. Y esto tiene su explicación por las mareas. Es decir, cuando la Luna está llena, la savia del árbol asciende, porque todo líquido asciende cuando existe la Luna llena; como somos tres cuartas partes de agua, no olvidemos, incluso en el ser humano las mareas provocan ciertas reacciones y, ni se diga, en los árboles. En los árboles sube la savia, entonces estos son tiempos propicios para cortar un árbol. Conocimientos que nosotros inclusive nos reiríamos, que creeríamos supersticiones ¿no es cierto? No son supersticiones, porque son cosas que tienen su fondo real y que en la práctica se han ido, con cierto sentido…
Ustedes han escuchado el mal de ojo, ¿no? Dicen, por ejemplo, que, cuando son pequeños, sobre todo, alguna persona le ojea. Decían que el niño lloraba, se ponía mal y había que frotarle con huevo, etc., etc. La gente se reía. La gente de la ciudad decía: ¡tonteras! Pero tiene su explicación, porque es energía, son energías: una mirada tiene una descarga eléctrica, una descarga que de pronto puede hacer daño a un niño. Son cosas que ahora la ciencia va admitiendo; es decir, son energías: el magnetismo que puede hacer daño a una persona solamente con la mirada. Sí, por supuesto genera efectos negativos. Y esto no tiene nada de superstición o de cosas que no existen.
M.J.L.: Víctor Pardo se presenta ante Naún Briones y le lee una serie de poemas que ha escrito para él. Naún Briones se queda absorto, nunca había sentido la poesía. Es una escena en la que me recuerda cuando Pablo Neruda se paraba en las plazas y mercados ante los obreros, y la gente sencilla, en ese momento, en un silencio profundo para escuchar el susurro de la poesía. ¿Cuál fue el propósito de este cuadro dentro de la novela?
E.C.E.: El propósito es mostrar que toda persona, todo ser humano, somos poetas. Poeta no solamente es el que escribe un verso o el que está mirando a la luna y diciendo: ¡qué belleza!, ¡qué maravilla! Todos, de alguna manera, somos poetas, porque apreciamos con sensibilidad cualquier situación. Por ejemplo, si vemos un paisaje, si vemos una cara bonita, si recordamos alguna cosa de nuestra vida; entonces somos, todos tenemos de poeta. Los poetas, obviamente, lo escriben, lo transmiten, lo recitan, lo cantan; y otros, no. En ese sentido la sensibilidad.
Decir: ¿qué es la poesía? La poesía es una forma de sensibilidad. Eso es todo. Todos somos poetas así no escribamos ni nos interese escribir un verso, leer poesía: “A mí no me gusta leer poesía, no me interesa escribir versos”. Pero en el fondo todos tenemos sensibilidad, toda persona, todo ser humano tiene sensibilidad y de una manera u otra esa poesía se va transmitiendo. A veces, ustedes habrán… en alguna tarde de sol, una bonita tarde: ¡Qué bonita tarde!, me siento bien, recuerdo cosas, estoy con mi amiga, con mi enamorada, con mi enamorado o con algún chico, con alguna chica que me gusta; eso es parte de la poesía. El sentir esa sensibilidad. Eso es poesía. Todos debemos, de alguna manera, así como nos educamos físicamente, como nos formamos físicamente, entrenamos o hacemos ejercicios, también podemos entrenar nuestra sensibilidad, podemos al final volvernos mucho más sensibles con cosas que se hablan del corazón. Creo que en ese sentido tiene que ver el que Naún Briones ─que es un hombre, prácticamente, casi analfabeto, que nunca ha leído un libro, se supone, pero que escucha los poemas─ siente, se conmueve. Es decir, la poesía puede llegar a todo público, no es patrimonio de una élite. Más o menos, en ese sentido va el mensaje de la escena del poeta Víctor Pardo con Naún Briones.
M.J.L.: No sé si con la siguiente pregunta me equivoque. Eliécer Cárdenas y Víctor Pardo, ¿son las voces que recogen los decires de la gente, el pensamiento de Briones, que se ponen al servicio de la palabra para decir lo que se opina de la vida y registrar para que no se olvide?
E.C.E.: En todo personaje se esconde algo autobiográfico. Yo creo que sí, Víctor Pardo de alguna manera me representa, él es un personaje que usa la palabra, que usa la poesía, en este caso, su sentido poético para tratar de integrarse al mundo y tratar de cambiarlo. Es un modelo para mí, es una especie de modelo del intelectual; un intelectual que se compromete, que se involucra con las circunstancias de su pueblo, con el ánimo de cambiarlo, de modificar ciertas situaciones sociales y de llegar de mejor manera. Creo que, obviamente, de alguna forma, es una especie de desdoblamiento del personaje. Todo escritor en los personajes pone algo de su persona. Por ejemplo, decían que el caso del gran escritor ruso Dostoievski ─que es un libro que se llama El jugador─ vivió una vida terrible, porque era un adicto al juego y perdía cantidades de dinero solamente jugando. Él, con ese personaje tan atormentado que era el jugador pudo ser capaz de escribir una hermosa novela. Y así, yo creo que todo escritor pone, por lo menos, lo que hubiera querido ser o lo que tiene miedo de ser. Por ejemplo, el caso de Dostoievski, también dicen que él, a lo mejor, tuvo temor de volverse un asesino, de volverse un ser monstruoso y escribió Crimen y castigo: la novela del asesinato de una mujer para robarle el dinero. Y toda la historia gira en torno al remordimiento que siente este estudiante ante el crimen que había cometido y, obviamente, el castigo que le esperaba.
M.J.L.: Cuando nos adentrábamos en la lectura, el estudiante Luis Sigüenza, que está aquí presente, manifestó que la novela le hizo pensar en que los ladrones también son buenos. Hoy por hoy, estamos bombardeados de las noticias de robos y asaltos, esto es algo que merece tomarse en cuenta, los ladrones también merecen que se les rescate su parte buena. Eliécer, usted en el Cañar vivió frente a la cárcel, y dice Antonio Sacoto que iba a jugar con los presos, ¿esa experiencia le permitió rescatar la parte buena de la gente que siempre es mal vista?
E.C.E.: Sí, evidentemente, ahora con tanta historia de crónica roja y tanta inseguridad debemos nosotros tener cuidado y temor de la delincuencia, sobre todo, cuando hay tanto riesgo, que pueden matar o pueden botar escopolamina, etc., etc. Es un mal social, pero, obviamente, un delincuente es un ser humano. Es una persona que ha tenido una infancia traumática. No sabemos cuál habrá sido su situación. De esa manera el delincuente también debe ser visto no solamente como un ser dañino sino como un ser que pudiera ser positivo. Lamentablemente nuestro sistema de rehabilitación y nuestra sociedad misma, que vive un periodo muy confuso, muy confuso, no permiten la rehabilitación.
Recordemos. Ahora mismo me estremeció un caso. Ustedes a lo mejor escucharon de estos chicos del centro de rehabilitación para menores que se escapan de Riobamba, cuatro de ellos ya cometen en pocos días, tres o cuatro asesinatos con un revólver que robaron al guardia. Le quitaron primero al guardia de seguridad y luego van cometiendo una serie de crímenes. ¿Cómo podemos juzgarles a estos menores? Obviamente la justicia dice que van a ser juzgados como si fueran mayores de edad, es decir, no van a ver ninguna contemplación por los crímenes que han cometido. Pero si nos vamos un poquito más allá ─yo no quiero justificar los crímenes ni absolutamente, ni hacer ninguna apología del delito: la delincuencia es mala─. Los resultados: ¿por qué estos jóvenes, por ejemplo, han cometido estos crímenes? ¿Por qué estuvieron encerrados? Surge una serie de interrogantes: a lo mejor no tuvieron un hogar estable, a lo mejor fueron niños de la calle, a lo mejor fueron personas maltratados, fueron niños maltratados, fueron niños que quién sabe qué les hicieron. Todo eso tiene sus consecuencias en la vida. Lo que ha dicho el amigo Sigüenza, tenemos que ir más allá de la crónica roja. Obviamente, la delincuencia es un mal, es un peligro, un riesgo, pero quienes cometen esto, son seres humanos como nosotros. Sino que, quizá, tuvieron la mala suerte, la desgracia de tener los medios que los llevó, que los ha llevado a estas circunstancias.
M.J.L.: Una idea constante de la obra es que somos polvo y ceniza y que las cosas que tenemos también vienen del polvo y van al polvo. ¿La idea de la muerte es recurrente en usted o es una manera de decir que todo es pasajero?
E.C.E.: La Biblia, parte del paradigma religioso con el cristianismo. ¿Qué es La Biblia? La Biblia es una obra literaria también extraordinaria. Es decir, en La Biblia uno puede conocer también cuestiones de la vida, de los sentimientos de la vida y de la muerte, etc.; de la eternidad. En La Biblia hay un libro que se llama El Eclesiastés. El Eclesiastés es un libro muy crudo, muy áspero, alguno de ustedes lo habrá leído. Justamente en El Eclesiastés se nos plantea que somos seres pasajeros, que no debemos aferrarnos a lo material, que no debemos aferrarnos a nada, porque en el fondo somos polvo y ceniza. Es decir, vamos algún día a desaparecer por más que los hallazgos científicos nos garantizan que a lo mejor vivamos ochenta, noventa años, que se nos pueda cambiar el corazón, que se nos ponga el hígado biónico o, ya la medicina, podamos con las células madres tener dentro de poco un nuevo hígado, nuestro mismo, un nuevo corazón, nuevos riñones. Son adelantos maravillosos evidentemente, adelantos que van a ser la vida mejor a los seres humanos y ojalá para todos. Pero somos seres que algún día pereceremos. Tenemos que tomar en cuenta esa situación y no con miedo, ni con una situación de: ¡no, no, no! Sino simplemente para darnos cuenta del valor de la vida. Y que no podemos aferrarnos a veces a cosas pasajeras. No nos vamos a llevar al fin y al cabo nada más que nuestros sentimientos y nuestro ser. De esa forma quienes son creyentes, quienes no son creyentes, pero de alguna forma todos llegaremos a ese final. En ese sentido, Polvo y ceniza también tiene un mensaje que podríamos llamarle metafísico o trascendente, que puede llegar a todos, no tanteando estrictamente un credo religioso, es decir, no es una novela religiosa, en el sentido de que es una novela que postule tal o cual, estrictamente, valores religiosos; eso se deja a la libertad de cada conciencia. Sino que también, que no solamente podemos y debemos preocuparnos de lo material, sino que también hay situaciones trascendentes que nos obligan a pensar. Y en ese sentido Polvo y ceniza también es una especie de meditación sobre lo que nos aguarda.
M.J.L.: Algunos libros presentan una intertextualidad cuando sus obras mencionan a otros libros. En Cien años de soledad está presente la casa donde vivió Rocamadur, el hijo de la Maga en La Rayuela ─ aprovechando que son cincuenta años del “Boom latinoamericano” ─. Entre Marx y una mujer desnuda, de Jorge Enrique Adoum, de alguna manera, es un homenaje a los escritores ecuatorianos que dejaron huella en él. En Polvo y ceniza está presente Un hombre muerto a puntapiés. ¿Es un homenaje a Pablo Palacio, es una manera de ubicarnos en la provincia de Loja?
E.C.E.: Bueno, ambas cosas. Pablo Palacio, como usted ha señalado, es un autor lojano, uno de los grandes escritores que tiene el Ecuador, el iniciador en el Ecuador del Realismo Psicológico. Es decir, el mundo interior de Pablo Palacio, sus cuentos muy estremecedores, sus cuentos que nos impactan. Pablo Palacio vivió, más o menos, en esa época. Yo en la novela ideo imaginariamente, un encuentro entre el escritor Pablo Palacio que está en un archivo policial investigando el caso de Un hombre muerto a puntapiés que ustedes conocen, deben conocer, el cuento de Un hombre muerto a puntapiés. Es el cuento es terrible que un pobre ser es muerto a puntapiés por una persona que no le entendió, que no le entendía su situación personal; es un acercamiento intertextual, un homenaje implícito a Pablo Palacio y con él, a toda la generación que en esa época estaba descubriendo al país.
Junto con Pablo Palacio había toda la serie de escritores del llamado Realismo Social que, en esa época, años veinte, treinta, estaban descubriendo el Ecuador para la literatura, estaban escribiendo cuentos donde la gente hablaba, la gente hablaba como habla la gente en la realidad y no con el lenguaje como se habla en España o se hablaba en tal, o cual parte. Es decir, esa generación fue muy importante, porque fue la primera generación realmente nacional de la literatura. Anteriormente se escribía imitando a la poesía, a la literatura española, a la literatura francesa, etc., pero ya desde los años veinte y treinta fue una época en donde la literatura ecuatoriana alcanzó su madurez, su perfil, su personalidad, y no solo en Ecuador, sino a nivel de toda Hispanoamérica.
M.J.L.: En la novela está presente Jesús y de una manera literal, también es un elemento que, a mi modo de ver, es un poco extraño, porque en las obras del “Boom”, más bien, la presencia de lo sagrado está como prácticas desde el folclor, desde la herencia, desde la transmisión oral, desde una fe sin compromiso ni conciencia, pero aquí está desde un encuentro a partir de la soledad y la reflexión. Mientras camina o está por los montes, Naún Briones físicamente se encuentra con un pobre al que nadie lo tomaba en cuenta y adquiere las características físicas de las personas a las que Naún protege. ¿Quisiera hablarnos de esta presencia de Jesús en la obra?
E.C.E.: Sí. Una de las limitaciones que tuvo la novela social de los años treinta fue que no tocara el tema religioso sino solo como superstición o folclor. Tomemos en cuenta que los escritores de los años treinta fueron más bien gente educadas en el laicismo. Recordemos que en el Ecuador hubo una guerra, una lucha muy dura entre el clero católico y el estado. Recordemos, por ejemplo, que en la época del predominio conservador los sacerdotes católicos podían ser diputados, la Iglesia tenía un gran poder, no solo espiritual sino económico y era un poder político en el Ecuador. El liberalismo luchó contra ese poder, no tanto contra la religión como tal, sino contra el abuso de la Iglesia católica en esa época. El que tenga grandes propiedades, el que pueda opinar la política, que pueda incluso nombrar autoridades en determinada provincia o parroquia, contra eso luchó el Liberalismo de Eloy Alfaro y los escritores de los años treinta fueron ya el producto de la educación laica. Antes de la educación laica, la educación en general estaba en manos de la Iglesia Católica, lo cual no era bueno en el sentido de que solamente se podía leer lo que decía la Iglesia, se podía educar como lo hacía la Iglesia; la libertad de conciencia no existía. Contra todo eso luchó el Liberalismo para que el pueblo ecuatoriano tenga libertad de conciencia, pueda ser católico, evangélico, ateo o budista o lo que sea, lo que sea que tenga la libertad de practicar. Eso trajo como efecto una visión muy, muy sectaria, respecto a la religión. Era gente educada en el liberalismo, luego en el marxismo, se veía a la religión como “el opio del pueblo”. Por ejemplo: “La religión no vale”, “lo religioso no sirve”. Pero yo en cambio, yo por lo menos, personalmente, pienso que el hombre también es un ser religioso que piensa siempre en algo que puede haber más allá, o en el más allá, y que todo pensamiento religioso también forma parte de integrar al ser humano; si le quitamos, si le eliminamos lo religioso al ser humano estamos amputándole. Cómo sería: le quitamos su capacidad de fantasía, le quitamos su capacidad de juego, le quitamos su capacidad de trabajo; es decir, el ser humano completo también tiene lo que algunos autores han llamado: “un instinto religioso”. Es decir, siempre se tiende a aquello. En Naún Briones también aparece ese trasfondo, los valores religiosos del pueblo ecuatoriano traducidos en la imagen de un Cristo pobre. Como usted muy bien lo ha dicho, un Cristo ciego, inclusive un Cristo minusválido, desvalido que era, como se reflejaba el pueblo frente a sus propias miserias, por esta razón no le imaginaban a un Cristo con vestiduras ricas o con coronas, etc., sino como un ser desvalido, como un ser que era como él, como ellos. Ahí hay también un trasfondo de la religiosidad popular y de la creencia de Naún Briones en lo sobrenatural, o en el más allá.
M.J.L.: Cuando usted menciona de este Jesús que es un hombre ciego, se me viene la idea de una intertextualidad con La Odisea, o con la mitología griega con Tiresias, que es un ciego que sabe la verdad de todo lo que va a pasar. No sé si estoy equivocada.
E.C.E.: Siempre, en todo pensamiento humano a lo largo de la historia los ciegos han tenido la fama de ser seres que ven más allá, que no tienen la visión física sino una visión oculta; una visión, más bien, espiritual. Recordemos, por ejemplo, como usted dice de Tiresias o de muchas historias de ciegos. Es decir, los ciegos son los profetas. Por ejemplo, en El Lazarillo de Tormes también aparece un ciego. Y Borges, qué más, Jorge Luis Borges, el paradigma del escritor ciego que es un vate, es un diccionario. Quién no quisiera tener esa visión interna que tuvo Borges, que a pesar de haber quedado ciego tuvo esa clarividencia y esa gran obra que no necesitó, como decimos, ver físicamente para imaginar toda esta situación. Creo que sí, creo que dentro de la mitología y dentro de una serie de historias a lo largo de la humanidad los ciegos han sido una especie de profetas, los clarividentes, quienes, al ser negados del sentido de la vista en las historias, en las leyendas, en las narraciones o en La Ilíada, en La Odisea, como usted dice, tienen ese tipo de visión, todas esas historias se van entrelazando en Polvo y ceniza, y un ciego es capaz de predecir o de proteger también.
M.J.L.: Polvo y ceniza particularmente nos lleva a una constante reflexión alrededor de la pobreza y la riqueza, sobre todo cuando Naún mantiene un diálogo con Julio Eguiguren, y Briones hace notar en la conversación el determinismo al que habían sido sometidos los desvalidos, pero no por la presencia de un destino sino por la viveza de unos cuántos que han sido parte de la historia del Ecuador. Naún Briones es un idealista, no le interesan las cosas, le interesa la gente, es decir, la vida. ¿Cómo ve Eliécer Cárdenas a la sociedad que nos rodea con respecto a la vida versus las cosas, o versus la materia?
E.C. E.: Sí, en este capítulo, quienes han leído Polvo y ceniza, Naún Briones se encuentra con Don Julio Eguiguren, que es el prototipo del terrateniente, el hacendado, el hombre que tiene poder, incluso económico, político, etc. Hay una cuestión. Naún Briones llega con su banda para saquear, para llevarse lo que hay en la hacienda. Este hombre, este hacendado muy despreciativo dice: “Llévate todo, pero no te vas a llevar el honor, que el honor es nuestro”, etc., etc. Ese tipo de ideologías que tenía la clase terrateniente, que se creían dueños por herencia, por sangre, por apellido, se creían los destinados o predestinados a dominar, a tener tierras, a tener posesiones y, que el resto se friegue, porque en la historia, el mundo estaba así. Hay una discusión en ese sentido donde Eguiguren dice: “No, el mundo no va a cambiar, el mundo tiene jerarquía, hay gente que tiene que estar arriba, gente que tiene que estar obedeciendo; simplemente, si no aceptas eso, serás un ser perseguido, un ser rebelde, un ser que merece la prisión”, etc., etc. Naún también le responde, dice: “Es que no hay derecho que unos tengan todo y otros no tengan nada”. Es decir, hay una conciencia social, aunque sea primitiva si quieren ustedes, pero cualquier ser humano dice: “no es justo”. Por ejemplo, no tengan medicinas, no tengan comida, etc., etc., y otros lo tengan todo. Es esa conciencia social la que le hace a Naún Briones hablar en ese sentido, razonar en ese sentido. Es decir, tiene una conciencia social sin necesidad que le digan, que le adoctrinen, que le digan: “esto políticamente está bien, políticamente está mal”. Él tiene su conciencia, porque como ser humano percibe que hay injusticias. Cómo puede ser que unos vivan en la opulencia y otros no tengan nada, o sea, esa desigualdad social terrible que hubo en el Ecuador. Por cierto, existe todavía, no tan dramáticamente como antes, pero sí.
Si vemos, por ejemplo, en ciudades grandes, en las grandes ciudades como Guayaquil, donde la marginalidad es terrible, donde hay gente que vive en los suburbios y gente que vive en condiciones muy duras, sin trabajo etc., etc. Y si vemos, y si comparamos, por ejemplo, con Samborondón. Las diferencias que hay en la misma ciudad, entre los que viven en Samborondón y los que viven, por ejemplo, en Monte Sinaí, donde ahora está ─como ustedes habrán visto en la televisión, en internet─ está desarrollándose una situación muy grave con estos desalojos que, obviamente, el gobierno está haciendo para reubicarlos, pero que también hay problemas. Es decir, obviamente necesita reubicar el gobierno a la gente, pero también esta gente no tiene la culpa de haber invadido esos terrenos, porque no tenían dónde vivir y fueron engañados por los traficantes de tierra. Sigue habiendo desigualdad. No soy pesimista, pero lamentablemente el ser humano crea sociedades desiguales.
Es lo que está pasando en Europa en este momento. Hay datos terribles, ayer nomás, había unos datos que decían que el desempleo en los jóvenes europeos va agudizándose. Algunos jóvenes están ya años de años en España, en Italia, sin conseguir un empleo a pesar de ser gente muy capacitada. Pensemos que son muchachos que han estudiado escuela, colegio, universidad, incluso tienen especialidades y no tienen trabajo. Y hay una situación muy grave, muy dramática. Demuestra también desigualdad, porque, ¿por qué? Porque la causa de la crisis europea son cuatro bancos, cuatro financieras que hicieron su gran negocio y dejaron destruyendo a las sociedades.
Sigue habiendo injusticia social, sigue habiendo desigualdad con diferentes máscaras o matices, o sea, ahora ya no habrá esa pobreza extrema en Europa que había antes, pero, sin embargo, sigue habiendo problemas de desempleo, problemas de marginación en sociedades tan avanzadas como la europea o la norteamericana; ni se diga en nuestro país, todavía, pese a que evidentemente hemos avanzado.
Ustedes jóvenes no pueden entender al país de hace medio siglo nomás que a mí me tocó vivir cuando tenía su edad, más o menos, donde la mayoría de gente andaba descalza, los niños andaban descalzos, tomaban agua contaminada, morían. De una familia de ocho hijos, cuatro se morían con enfermedades que ahora se curan con una simple inyección, con una simple penicilina, no tenían las personas acceso a la salud. Esas situaciones han cambiado para bien. Pero hay otras situaciones que, evidentemente, tienen que ser corregidas, y las futuras generaciones serán las encargadas de ir corrigiendo estas situaciones.
Siempre habrá ciertas situaciones negativas, porque el ser humano es así. Tenemos valores positivos, pero, lamentablemente, también tenemos valores negativos.
M.J.L.: Naún Briones tenía miedo a ser olvidado. Esa sensación la tuvo en Quito cuando huyó de la cárcel y la gente no lo reconoció. ¿Es un miedo de Eliécer Cárdenas el ser olvidado?
E.C.E.: Creo que el olvido en algún momento nos llegará a todos. Alguien ha dicho que… Bueno, ahora tenemos paradigmas: Platón, Aristóteles, etc., pero cuando cambie la sociedad incluso esos personajes serán en algún momento olvidados, porque la humanidad seguirá avanzando hacia un destino que a lo mejor es desconocido.
M.J.L.: Yo aquí termino las preguntas. Usted va a vivir en nuestros corazones hasta el final de nuestro tiempo, porque haberle leído y haberle tenido aquí en forma personal, tan generosa de su parte, realmente es para no olvidarle nunca.
E.C.E.: ¡Gracias!
M.J.L.: Ahora, les cedo la palabra a ustedes. Chicas, chicos, los que quieran hacer preguntas, pasen, por favor (es una pena no haber anotado los nombres, con el sonido de la voz me vienen sus rostros, pero no sus nombres).
Est.: Buenos días. Después de haber escuchado toda la entrevista, muy bonita en realidad, me interesa saber si está escribiendo otra obra.
E.C.E.: ¡Sí!, efectivamente. Tengo una nueva obra que está yendo a editarse en Quito, en la editorial Eskeletra, que narra ─es una obra dirigida a un público como ustedes─ las aventuras de un muchacho hace cien años. Luego del asesinato de Eloy Alfaro este joven tiene que salir del país y se ve involucrado en una serie de aventuras, tanto a nivel del país, como internacional. Espero que en los próximos meses pueda obsequiarles aquí, al instituto, al Centro Educativo “Verbo”, pueda obsequiarle, y ojalá ustedes también puedan conseguir por ahí este libro que saldrá, entiendo que para agosto o septiembre.
M.J.L.: Con respecto a Las lagunas son los ojos de la tierra. ¿Alguien tiene alguna pregunta?
Est.: Sí. A mí me impactó bastante el sufrimiento de todas las familias y quisiera saber, cómo fue su inspiración al hacer ese cuento.
E.C.E.: Ese cuento lo escribí hace algunos años cuando la emigración recién comenzaba, digamos hace unos veinte años cuando el fenómeno de la migración era poco, poco. Comenzaba en los pueblitos de los alrededores, por ejemplo, Solano. Yo recuerdo ─yo soy periodista─, fui a hacer un reportaje en Solano donde ya no había, prácticamente los varones se habían ido a los Estados Unidos, habían ido a trabajar y quedaban los niños. Y hay una lagunita ahí en Solano, una lagunita que se llama Guabizhún y al lado, decían que había otra laguna que se había secado. Ahí me vino la fantasía y la imaginación, y me imaginé esta historia bastante dura, bastante dolorosa sobre la migración y el niño que se queda solo.
M.J.L. Yo soy bastante melancólica y cuando escogí ese cuento para el segundo de bachillerato, lo hice porque cada vez que lo leo, me resulta real y doloroso.
Est.: Buenos días con todos, después de leer tanta historias interesantes y datos que no sabemos de los dos libros. ¿Tiene, usted, algún mensaje en general que quiera compartir en sus dos libros o, usted, se inspira, o va desde diferentes ramas con la vida, y cuestiones en general?
E.C.E.: Sobre todo, el motivo fundamental es conocernos mejor, conocernos más a fondo los seres humanos y saber que somos capaces, pues tanto de lo bueno como de lo malo, pero más de lo bueno. Yo, en ese sentido mi mensaje sería que soy optimista, como ser humano, que a pesar de las situaciones negativas que existen, creo que el ser humano es capaz de ir superando estas situaciones y siempre hay esperanza, ¡siempre hay esperanza! Lo que nos decían algunas veces: “¡Nos roban la esperanza!” Que a los jóvenes no les roben la esperanza. Lo menos que pueden robarnos ─nos pueden robar lo material, lo que sea, que a la final lo material no importa─, pero: ¡Que no les roben la esperanza! Es decir, los adultos, los seres que dirigen el país en el que vivimos, de alguna manera la sociedad que hemos llegado a unos niveles de dar ejemplo, debemos dar buenos ejemplos y no permitir que los jóvenes por culpa de los adultos se sientan derrotados antes de hora, más bien, se deberían sentir victoriosos siempre y dispuestos a mejorar lo que los adultos mayores hemos dejado de hacer.
Creo que ese es uno de los mensajes fundamentales que tiene mi obra. Como usted dice, las situaciones tristes, dramáticas, porque la vida es así. Una literatura que solamente fuera optimista, todo lindo, sería falsa; como una literatura que dijera que todo es malo, también es falsa. Es decir, no todo es bueno ciento por ciento, ni todo es malo ciento por ciento, pero la esperanza siempre queda.
M.J.L.: Tengo una pregunta que nace de su biografía, porque al compartir con los chicos y chicas este año, al estudiar las diferentes biografías de los escritores a nivel internacional, me sorprende cómo, por ejemplo, Pablo Neruda tuvo esa relación con tantos escritores en su vida y uno tiene que irlos a buscar para poder tener ese contacto. Usted, cuando fue a Quito, me imagino que fue muy joven, y, de pronto, se encuentra con Raúl Pérez Torres, con Ulises Estrella, Iván Égüez, los Tzánzicos. ¿Cómo fue ese encuentro?
E.C.C.: Hay un refrán que dice: “Uno halla lo que busca”. Es decir, es algo muy exacto. Si uno es deportista se encontrará con un campeón, alguna vez logrará hablar con Jefferson Pérez o hablará con cualquiera de los grandes deportistas nacionales. Yo era un muchacho que aspiraba a escribir, que aspiraba a ser escritor, literato. Como una especie de imán me fui llegando hacia estos autores que eran mayores a mí, Raúl Pérez, Ulises Estrella, Agustín Cueva, gente que uno, obviamente, los miraba con respeto y como hermanos mayores; no como padres, porque no eran tan mayores a mí, pero sí como hermanos mayores, y podía aprender mucho de ellos. Toda actividad los escritores la hacemos en conjunto. Uno no puede decir: esta obra la he hecho solito, porque en esta y en cualquier obra están los autores que he leído, las personas con las cuales he conversado, mis maestros, etc., es decir, una cantidad de gente son coautores de las obras. Y eso, igual en el cine, por ejemplo, los cineastas pueden decir: “Yo he hecho esa película”. ¡No!, las películas la han hecho tantos y en ese sentido, yo creo que de todas maneras uno va hacia donde su vocación lo lleva.
Est.: ¿Cuántos libros ha escrito?
E.C.E.: Hasta el momento son como quince libros, creo que ya son muchos. Tengo deseos de seguir escribiendo mientras tenga salud y vida, que es lo principal.
Est.: ¿Su familia le apoyó para ser escritor o no quisieron apoyarle?
E.C.E.: Mi familia me decía: “De escritor te vas a morir de hambre o te vas a volver un bohemio, vas a terminar en el alcoholismo, en la droga”. Porque a veces hay ese pensamiento. Sobre todo, antes había poetas, los decapitados, todos los poetas que murieron jóvenes, que se dedicaron a la droga, etc., etc. Pero yo decía: “¡No! Mi vocación me lleva a ser escritor”. Mi mamá, mi papá, me decían: “¡Bueno que seas escritor!, pero búscate algo para vivir también, porque no vas a vivir del aire, no vas a vivir de la pluma”. Y es lamentable todavía en un país como el nuestro que no se pueda vivir de lo que se escribe. Yo, por ejemplo, soy periodista, soy funcionario municipal para poder sobrevivir, porque de lo que escribo no me daría para sobrevivir. Otros países tienen una gran industria editorial que el escritor puede de alguna manera vivir de lo que escribe, pero en nuestro país es muy difícil, ¡es muy difícil lograrlo. Y para escribir se necesita tener vocación y también ser práctico. Uno por escribir tampoco puede vivir en la marginalidad, vivir en el abandono. Es un oficio como cualquier otro, respetable como cualquier otro. Y mis padres, mi familia, un poco me alentaban, porque escribir para ellos también era algo hermoso, pero me decían: “¡Cuidado con que te vuelvas un bohemio o vivas una vida desordenada!”.
Est: Dice que su trabajo como literato no le da lo suficiente. Pero, ¿escribir vale la pena?
E.C.E.: ¡Por supuesto! No cambiaría mi oficio por otro. Si volvería a nacer, qué diría: Diría, ¡escritor! Porque, por ejemplo, estar reunidos aquí, ¡qué satisfacción tan grande para un autor estar dialogando sobre la obra!, ¡estar conversando!, ¡que le pregunten! Eso vale mucho más que recibir un dinero por vender cien libros, doscientos libros o mil libros, es mucho más importante para un escritor, creo yo, ese tipo de compensación de tipo humano, de tipo vivencial que le dan sus libros. O también, a veces me invitan a encuentros, a coloquios, etc., eso es muy gratificante, es decir, el escritor no es solamente decir: ¡Ah!, ¡no me pagan por vender mis libros!, ¡mis libros no se venden! ¡No! En mi caso, por ejemplo, no escribo por ganar económicamente por mis libros, sino, primero, porque me gusta, ¡me encanta escribir!; y, en segundo lugar, porque de esta manera me realizo como persona, como ser humano.
Est: Cuando usted hace los libros se encuentra solo, se encuentra con gente, algo le da una inspiración, algo le da una idea. ¿Cómo es cuando escribe los libros?
E.C.E.: Para escribir, sí, me gusta la soledad, pero lo más importante es el momento antes de escribir. Cuando uno se idea. Por ejemplo, este rato, conversando con ustedes puedo idear un cuento, una historia, una situación. O sea, eso es tan importante como el hecho mismo de escribir. Y, obviamente, un escritor tiene que disfrutar haciendo su trabajo solo, al estar conversando sería imposible, a veces, escuchar música también cuando escribo o, a veces, salir, conversar un rato y volver a la escritura. Diferentes formas, pero siempre se necesita la inspiración, siempre la inspiración le puede llegar en cualquier momento. Por ejemplo, ver en al fondo que están dos muchachos jugando a la pelota y al mismo tiempo estar conversando con ustedes, son temas que pueden dar inspiración en cualquier momento.
M.J.L: Eliécer, el tiempo se ha cumplido. Ha sido gratísimo, para mí personalmente, conocerle. Hay un libro que estaba leyendo últimamente de Fernando Balseca donde hace un comentario de algún escritor: “No hay necesidad de conocer al escritor, porque está presente en la obra”. Pero yo siempre tengo esa ansia de buscar a quien está detrás de los escritos. Le agradezco por su tiempo, le agradezco por su generosidad, su manera sencilla de aceptar la invitación. Un estudiante, Christian Lucero, me preguntaba: “Pero, ¿cómo le consiguió, usted?, ¿usted es amiga?” ─Digo: ¡No! Y les cuento lo que pasó: “Me fui a la biblioteca, cuando le pedí a Eliécer me dijo “ya”. ─Pero, ¿así de simple? ─Casi me caigo de la silla, porque fue así, estaba nerviosa y así suceden las cosas. Se presenta la oportunidad y se cumple. Y sí, las preguntas que ustedes hacen, así parezcan obvias y locas, la verdad es que quedan flotando en una, y una aprovecha para las conversaciones. ¡Muchísimas gracias! Queremos entregarle un obsequio de parte del colegio (los chocolates envueltos en papel cometa). Muchas gracias por haber venido.
E.C.E.: ¡Muchísimas gracias!
Recuerdo que para la entrevista compré una grabadora pequeñita marca Panasonic, los celulares de ese entonces no tenían la función de grabar o por lo menos, el mío, no. De seguro, las preguntas las dejé en uno de mis portafolios como evidencia de mi trabajo y como requisito insufrible de la época del correísmo que, supongo, se quedó instaurado. No, porque el construir un portafolio a lo largo de un año lectivo no sea importante, más bien, todo lo contrario; es una evidencia, más que para nadie ─porque estoy segura de que nadie lee miles de hojas─, para el mismo profesor como testimonio de su trabajo que sirve para releer, para no repetir o para profundizar los contenidos, sirve para competir con uno mismo y para ser responsable con el estudiante. Sin embargo, se convirtió en un acto burocrático de llenar “formas” sin llegar al fondo de nada. En una camisa de fuerza. Nadie me pidió que pasara a limpio esta entrevista; de solicitármelo, lo hubiera hecho, al fin y al cabo, tener a un escritor en un colegio, entrevistarlo y disfrutar de su palabra es un honor, es un registro valioso. Pero ahí comprendo que ciertas cosas de las que hago solo me llenan a mí.
Siempre, siempre, como algo incompleto de mi vida estaba esta entrevista. Del 2013 al 2021 han pasado ocho años y cuidé esa grabadora como un pendiente del tesoro que guardaba. Uno nunca sabe cuándo deben revelarse ciertos acontecimientos. Compré nuevamente las pilas del aparato con miedo de que no funcionara, de que no existiera tal grabación. Ahora, la tecnología permite tener todo archivado, durante esta pandemia todos los talleres, las clases de toda la humanidad están en la “nube”. Me he pasado escuchando una y otra vez su voz, la de los estudiantes, la mía, copiando las preguntas y las respuestas, el pensamiento tan sorprendentemente coyuntural; todo lo que se dice me resulta actual con proyecciones al futuro.
Desde ese encuentro, muchas veces, cuando subía al centro, ahí estaba Eliécer Cárdenas Espinosa. Con su atuendo, como uniforme que vestía a diario. Semiformal. De saco sastre suelto, holgado, a veces con cuadros y otras, llano, entre los colores de la tierra o los grises del cielo, de camisa. Más formal le hacía de vez en cuando una corbata. Decir que estaba a la moda sería un absurdo, sus intereses no estaban en la facha, eran utópicos, lejanos de las apariencias. Sus intereses estaban en la palabra, en la resolución de los conflictos sociales. Era alto, su barba cada vez más blanca le cubría parte de su rostro, nunca lo vi sin ella y parecía que su pelo era rebelde como él. Su casi sonrisa, su constante ensimismamiento era la imagen de la reflexión caminando por la Luis Cordero con papeles bajo el brazo o tomando café con sus amigos en el Austria y en los eventos culturales. En el homenaje por los cuarenta años de Polvo y ceniza, el pianista que inauguró el evento era un extranjero al que lo veo en los conciertos de la Sinfónica y en todo programa cultural. Me sorprendió. Volvió a tocar en el homenaje póstumo en La casa de la ciudad, y pidió al público que lo llamáramos: “¡Eliécer!, ¡Eliécer!, ¡Eliécer!”. Comprendí que Eliécer Cárdenas Espinosa es universal.
En esos días en los que la pandemia nos iba dejando un poco más libres, me lo encontré. Yo salía de Palier, la librería que funciona en La Casa de la Cultura en Cuenca, y él entraba. Le dije cuán feliz me hacía verle. Es que después de la pandemia da felicidad saber que la gente que uno conoce y quiere sigue viva. Quedé en visitarle en su oficina de la Luis Cordero, pero nunca llegó el día para mostrarle alguno de mis escritos junto con esta entrevista, con este coloquio como recuerdo. Lo volví a ver en el lanzamiento de Los hijos del bosque, y el jueves, antes del domingo de su muerte, en el lanzamiento de El hijo del sastre. Así que el 26 de septiembre de 2021 no pude creer su muerte.
Al transcribir la grabación me preguntaba si alguno de mis estudiantes presentes ese 5 de junio se acordaría de Eliécer Cárdenas Espinosa. Ese día no voló una mosca. Ese día lo que se dijo nos reafirmó como ecuatorianos. Ese día rescatamos la oralidad, al kichwa como bueno y necesario. Ese día comprendimos que los presos son seres humanos, que todo lo que vemos es consecuencia de algo, que nadie está libre de no sentirse responsable por lo que sucede a diario, que no son “ellos”, como si esos “ellos” también no fuéramos nosotros, que a veces los crímenes se cometen porque se “tuvo la mala suerte, la desgracia de tener los medios”; y hoy, ocho años después de la conversación, la alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, sugiere la entrega de armas a la gente, supongo que con la intención de protegernos individualmente, pero pienso que dejaremos de ser inocentes, que nos transformaremos en criminales, tal vez, para, de esa manera, saber lo que se siente sobrevivir en una cárcel; como si no tuviéramos suficiente experiencia con “la tabla del consumo de drogas en el Ecuador”, un arma más que trajo los resultados que hoy nos duelen. ¿Estamos preparados los ecuatorianos para llevar armas? Frente a todo lo que vemos, ¿estamos preparados? Ese día la poesía nos perteneció y nos convirtió en poetas. Ese día como un anticipo constante de la muerte nos reconocimos polvo y ceniza. Ese día un bandolero quiso hacer con sus propias manos la justicia que seguimos sin ver. Ese día el corro de unos niños de la década de los treinta nos refrescó riéndonos a carcajadas. Ese día la intertextualidad nos dejó otros nombres por leer. Ese día se habló del oficio de escribir. Ese día no hubo fronteras entre emisores y receptores. Ese día la fiesta de La Lira se celebró en un espacio construido con troncos. Ese día un escritor se sintió feliz de ser tomado en cuenta, de ser leído e invitado a conversar de sus obras sin más paisaje que el de Nulti, sin necesidad de ruedas de prensa ni edificaciones despampanantes. Ese día con la literatura ecuatoriana nos conocimos, nos reconocimos, nos comprendimos más, y yo lo consideré mi amigo. Ese día se hizo una fila inmensa para firmar autógrafos y los aplausos resonaron como ecos golpeándose contra el zinc del auditorio.
Leer esta entrevista es asistir a un colegio en un día ordinario, a una clase cualquiera de una hora de literatura. La entrevista es una invitación a leer y releer Polvo y ceniza, y la obra completa de Eliécer Cárdenas Espinosa. Es recordarle y nombrarle como lo hizo y pidió el músico extranjero: “¡Eliécer!, ¡Eliécer!, ¡Eliécer!”
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*María José Larrea Dávila, quiteña, nacida en 1970. Estudió Lengua y Literatura. Ha sido profesora en colegios de Cuenca. Asistió durante un año al taller literario “Palacio (I), caza de palabras” de la Universidad Andina Simón Bolívar, de Quito. Perteneció al club de lectura “En perspectiva lila” y es miembro del club “Santa Ana”, de Cuenca. Es colaboradora permanente de loscronistas.net
* Fotografía tomada de diario El Comercio